Estamos muy contentos en la Universidad Columbia de recibirle al profesor Alfredo Moffat para trabajar el dolor ante la pérdida de nuestros seres queridos por causa del incendio del Supermercado Ycuá Bolaños.
Personalmente hablo desde; mi calidad de víctima, pues perdí a mi padre, a mi madre y a dos hermanas en el incendio y; como autoridad de esta institución en donde me toca ejercer la vicepresidencia también por causa del incendio.
Tal vez para complicar o desafiar el trabajo del profesor Moffat les quiero comentar algunas reflexiones e imágenes que he encontrado y que en cierta forma vengo trabajando a nivel institucional y personal para abordar los problemas causados por el incendio y la muerte de tantos compatriotas en el supermercado Ycuá Bolaños. Algunos elementos fueron presentados en una reunión con estudiantes de la facultad de filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.
No es fácil abordar la tragedia del Ycuá Bolaños, yo soy una persona del mundo universitario, de las ideas, del cerebro, del mundo llamado objetivo, pero les soy sincero; no he encontrado una ideología, idea o “ciencia” que me permita abordar el tema del Ycuá Bolaños de una manera satisfactoria. Sencillamente es demasiado lo que pasó y nos cuesta procesar a nosotros como víctimas y peor aún a nosotros como sociedad.
Así tenemos instituciones sociales que de alguna manera iban solucionando los problemas por las vías “normales” y pongo normales dentro de comillas a los efectos de ironizar, pues sabemos que para que éstas funcionen “normalmente necesitan un poco de aceite”, es decir, una dosis de corrupción y de compra-venta de influencias. El incendio del supermercado ciertamente, por su magnitud, se sale del cauce “normal”; la corrupción “normal” de las instituciones se desnuda y no puede hacer frente ni callar las voces de los vivos y los muertos que claman por justicia.
Las víctimas; que se organizan y actúan para exigir justicia y para exigir que las cosas se hagan como deben ser, honrando la vida, aún son una minoría. Una minoría que debe despertar y movilizar a una masa que está dormida o no tiene la capacidad de actuar. ¿Cómo podemos hacer esto? ¿Cómo despertar a aquellos dormidos, a aquellos que sufren en silencio?. Aquí es que vienen algunas imágenes mitológicas, metafóricas o de pueblos ancestrales que nos pueden ayudar para procesar tanto dolor y sufrimiento y transformarlo en un aprendizaje útil para crecer y poder vivir en sociedad.
Seguro, en algún momento, del 2004 a esta parte, les ha tocado conversar con amigos o conocidos sobre el tema del incendio del Ycuá Bolaños o sus desdoblamientos: de la responsabilidad del municipio, de Riera, Burt, del Arquitecto, del Gordo, de los guardias, de Paiva. De la actitud de las victimas, de qué hacer con el local, de Salemma; que en medio del juicio se compra los otros Ycuá, de los jueces, del fiscal, de la corrupción pública o privada, etc, etc. Como verán la lista es interminable. Al final de la conversación el que quedó exaltado piensa que el otro no le entendió y el otro simplemente quedó callado: “porque ya no se podía hablar nomás luego”. Esta es la imagen de la incapacidad individual y social de procesar el horror y el dolor: sencillamente es mucho; demasiado, lo que pasó y lo que aún está pasando.
Hay que aceptar esta limitación y a pesar de ella continuar, continuar conversando hasta que finalmente los ánimos se calmen. ¡Ojo! esta conversación puede ocurrir con otro o inclusive dentro de uno mismo; cuando uno comienza a pensar en el tema del Ycuá Bolaños uno despierta miles de demonios y tal vez algunos ángeles; fuera o dentro de uno. Si no controlamos a los demonios - que son muchos por cierto - pueden dominar nuestras vidas y hacer con ellas lo que quieren, por eso los suicidios, la depresión, la rabia, la violencia y otras enfermedades que nos aquejan como individuos y como sociedad y hasta que parecen que nos dominan y no vemos alternativas…
Aquí hay una cuestión que decidir: ¿Cuál es nuestra medida justa de horror y dolor que podemos manejar? Debemos reconocer nuestros límites personales y sociales y no atragantarnos con tanto horror y dolor. Pues bien, lastimosamente el incendio sucedió, y si queremos crecer; como individuos y como sociedad, tenemos que aprender de nuestros errores, esto quiere decir: procesar el hecho, asimilarlo, digerirlo y probar de nuevo. Pero esta vez con una modificación de la conducta. La pregunta clave es ¿cómo procesar tanto dolor? Aquí la jardinería puede darnos algunas pistas, al final lo que deseamos es honrar la vida y que mejor que la jardinería para enseñarnos algo de la vida: depende de cómo se trabaje con el excremento para que este contamine o sirva de abono y que algo crezca en un jardín. Esta es la cantidad de horror y dolor que debemos usar; la cantidad justa que nos permita abonar la tierra, y no contaminarla, la cantidad que nos permita plantar una semilla; una idea, y que germine y se desarrolle en nuestro ser, en nuestro grupo de amigos, en nuestra sociedad.
Cuándo en nuestro interior percibamos que de la muerte y la destrucción, de los restos de nuestros seres queridos, surgen algunos brotes de esperanza, de luz, de que algo está cambiando, entonces podremos decir: ¡misión cumplida! Aunque hay que advertir que tal vez esas imágenes se presenten recién en nuestro lecho de muerte, pero no hay que desfallecer en una lucha que sabemos verdadera y justa.
Personalmente hablo desde; mi calidad de víctima, pues perdí a mi padre, a mi madre y a dos hermanas en el incendio y; como autoridad de esta institución en donde me toca ejercer la vicepresidencia también por causa del incendio.
Tal vez para complicar o desafiar el trabajo del profesor Moffat les quiero comentar algunas reflexiones e imágenes que he encontrado y que en cierta forma vengo trabajando a nivel institucional y personal para abordar los problemas causados por el incendio y la muerte de tantos compatriotas en el supermercado Ycuá Bolaños. Algunos elementos fueron presentados en una reunión con estudiantes de la facultad de filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.
No es fácil abordar la tragedia del Ycuá Bolaños, yo soy una persona del mundo universitario, de las ideas, del cerebro, del mundo llamado objetivo, pero les soy sincero; no he encontrado una ideología, idea o “ciencia” que me permita abordar el tema del Ycuá Bolaños de una manera satisfactoria. Sencillamente es demasiado lo que pasó y nos cuesta procesar a nosotros como víctimas y peor aún a nosotros como sociedad.
Así tenemos instituciones sociales que de alguna manera iban solucionando los problemas por las vías “normales” y pongo normales dentro de comillas a los efectos de ironizar, pues sabemos que para que éstas funcionen “normalmente necesitan un poco de aceite”, es decir, una dosis de corrupción y de compra-venta de influencias. El incendio del supermercado ciertamente, por su magnitud, se sale del cauce “normal”; la corrupción “normal” de las instituciones se desnuda y no puede hacer frente ni callar las voces de los vivos y los muertos que claman por justicia.
Las víctimas; que se organizan y actúan para exigir justicia y para exigir que las cosas se hagan como deben ser, honrando la vida, aún son una minoría. Una minoría que debe despertar y movilizar a una masa que está dormida o no tiene la capacidad de actuar. ¿Cómo podemos hacer esto? ¿Cómo despertar a aquellos dormidos, a aquellos que sufren en silencio?. Aquí es que vienen algunas imágenes mitológicas, metafóricas o de pueblos ancestrales que nos pueden ayudar para procesar tanto dolor y sufrimiento y transformarlo en un aprendizaje útil para crecer y poder vivir en sociedad.
Seguro, en algún momento, del 2004 a esta parte, les ha tocado conversar con amigos o conocidos sobre el tema del incendio del Ycuá Bolaños o sus desdoblamientos: de la responsabilidad del municipio, de Riera, Burt, del Arquitecto, del Gordo, de los guardias, de Paiva. De la actitud de las victimas, de qué hacer con el local, de Salemma; que en medio del juicio se compra los otros Ycuá, de los jueces, del fiscal, de la corrupción pública o privada, etc, etc. Como verán la lista es interminable. Al final de la conversación el que quedó exaltado piensa que el otro no le entendió y el otro simplemente quedó callado: “porque ya no se podía hablar nomás luego”. Esta es la imagen de la incapacidad individual y social de procesar el horror y el dolor: sencillamente es mucho; demasiado, lo que pasó y lo que aún está pasando.
Hay que aceptar esta limitación y a pesar de ella continuar, continuar conversando hasta que finalmente los ánimos se calmen. ¡Ojo! esta conversación puede ocurrir con otro o inclusive dentro de uno mismo; cuando uno comienza a pensar en el tema del Ycuá Bolaños uno despierta miles de demonios y tal vez algunos ángeles; fuera o dentro de uno. Si no controlamos a los demonios - que son muchos por cierto - pueden dominar nuestras vidas y hacer con ellas lo que quieren, por eso los suicidios, la depresión, la rabia, la violencia y otras enfermedades que nos aquejan como individuos y como sociedad y hasta que parecen que nos dominan y no vemos alternativas…
Aquí hay una cuestión que decidir: ¿Cuál es nuestra medida justa de horror y dolor que podemos manejar? Debemos reconocer nuestros límites personales y sociales y no atragantarnos con tanto horror y dolor. Pues bien, lastimosamente el incendio sucedió, y si queremos crecer; como individuos y como sociedad, tenemos que aprender de nuestros errores, esto quiere decir: procesar el hecho, asimilarlo, digerirlo y probar de nuevo. Pero esta vez con una modificación de la conducta. La pregunta clave es ¿cómo procesar tanto dolor? Aquí la jardinería puede darnos algunas pistas, al final lo que deseamos es honrar la vida y que mejor que la jardinería para enseñarnos algo de la vida: depende de cómo se trabaje con el excremento para que este contamine o sirva de abono y que algo crezca en un jardín. Esta es la cantidad de horror y dolor que debemos usar; la cantidad justa que nos permita abonar la tierra, y no contaminarla, la cantidad que nos permita plantar una semilla; una idea, y que germine y se desarrolle en nuestro ser, en nuestro grupo de amigos, en nuestra sociedad.
Cuándo en nuestro interior percibamos que de la muerte y la destrucción, de los restos de nuestros seres queridos, surgen algunos brotes de esperanza, de luz, de que algo está cambiando, entonces podremos decir: ¡misión cumplida! Aunque hay que advertir que tal vez esas imágenes se presenten recién en nuestro lecho de muerte, pero no hay que desfallecer en una lucha que sabemos verdadera y justa.
Los Iñarandu porã i va´e. Los que se inspiran en la buena ciencia:
Los mbya guaraní dicen :
Quienes poseen entendimiento,
ilimitado amor al prójimo reciben de los de arriba.
Ilimitada fortaleza y grandeza de corazón reciben también.
Aquel que entre todos los demás en mayor grado entendimiento verdadero posee,
obtiene valor para las obras buenas, inspirádole por los Situados encima de nosotros.
En esta forma le honran los seres buenos.
Palabras para acrecentar su fortaleza en plazo no lejano le hacen pronunciar.
Por consiguiente,
los que pronuncian plegarias hermosas,
por más que vean,
por más que escuchen cosas que incitan a la cólera,
no se encolerizan.
Quienes se inspiran en la buena ciencia,
quienes fortaleza y valor reciben de los de arriba,
son los lugartenientes de Jakairá.
En todos los asientos de fogones existe una persona de esta clase.
Como ven las minorías siempre tienen algo que enseñar. Tal vez tenemos que ser “inspirados en la buena ciencia” como chamanes de los mbya para Sanar a los embrujados y castigar a los culpables.
Al final…¿hay esperanza?
Me remitiría a los relatos del día del incendio:
Cuando todo parecía acabado, cuando pensaron que iban a morir en la oscuridad comenzó a entrar luz por boquetes que los de afuera fueron haciendo como podían…
Esta es la historia que se repite en los relatos de aquellos que sobrevivieron al infierno del supermercado. Ojalá podamos repetirla en este proceso de sanación personal y social y terminar la historia de este incendio con una lección y con paz en los corazones. Pero para poder contar una historia feliz, debemos ser protagonistas; así como la gente que se salvó ese día, que luchó desde adentro y desde afuera para romper las paredes y las puertas cerradas por la ignorancia, la injusticia, la codicia y la corrupción.
Nosotros debemos construir una nueva historia, una historia diferente para honrar la vida de nuestros seres queridos que murieron en el incendio y para darle sentido a nuestra existencia. Debemos despertar y animar a otros a conquistar la justicia y la esperanza de una sociedad mejor, porque el Ycuá Bolaños no sólo nos sucedió a nosotros sino al país y a toda la humanidad.
¡ Muchas gracias por acompañarnos y participar de esta lucha !
Rubén Urbieta D.